La lucha de los juglares del folclor sabanero en contra del vallenato
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Con la sabiduría y la experiencia en sus manos, cuatro de los más grandes artistas populares de la costa Atlántica emprendieron una dura batalla para aclarar de una vez por todas que ellos no son músicos ‘vallenatos’, y para que Colombia entera conozca la riqueza folclórica de la región de las sabanas.
Alfredo Gutiérrez, Lisandro Meza, Aníbal Velásquez y Adolfo Pacheco lideran un proyecto cultural que tenía varios años de estar incubándose y con el que pretenden pasearse por todo el país difundiendo los cantos, haciendo pedagogía y defendiendo la música que han tocado por más de 60 años, pero que ya nadie la reconoce por su nombre propio.
Quieren que el país conozca los más de treinta ritmos de la música sabanera. Que se sepa que antes de que se conociera el vallenato, por el mundo ya sonaban porros y cumbias. En fin, que la riqueza musical del viejo Bolívar -Atlántico, Sucre, Córdoba y Bolívar- sea reconocida en todo su esplendor.
“No todo lo que se toca con acordeón es vallenato. La música sabanera fue la primera que se escuchó fuera del país; incluso, los primeros éxitos colombianos en el exterior fueron sabaneros (La múcura, El caimán, Año Viejo, La banda borracha, entre otros), y eso no lo saben las nuevas generaciones”, afirma Lisandro Meza, gestor del proyecto ‘Un legado de los maestros’ y autor de temas inmortales como Las tapas, El guayabo de la Y y Baracunátana.
Los argumentos no paran ahí: según han investigado, el primero en grabar un disco en Colombia fue el bolivarense Lucho Bermúdez, en 1935, en Cartagena, con porros y cumbias, y la primera grabación de un canto colombiano que hizo la archifamosa Sonora Matancera fue el porro Micaela, del barranquillero Luis Carlos Meyer.
También se tiene conocimiento de que mucho antes, en la guerra de los Mil Días, los combatientes de la región del Bolívar grande ya cantaban el porro La múcura, del folclor regional, que después se atribuyeron Cresencio Salcedo y Antonio Fuentes.
Por eso, esta nueva gesta, más que convertirse en la continuación de la eterna disputa entre vallenatos y sabaneros, para los cuatro juglares se trata de un acto de reivindicación y justicia.
“No tenemos nada en contra de la música vallenata. Ellos han sido muy inteligentes y unidos para defender lo suyo, y están en todo su derecho, pero sí queremos que se reconozca y se divulgue lo que ha hecho esta región a favor de la música colombiana”, explica Adolfo Pacheco Anillo, autor de La hamaca grande y uno de los más apasionados defensores del canto sabanero.
Él, que tiene décadas de estar haciendo esta solicitud por medio de cantos (La diferencia, El engaño, La hamaca grande) y columnas periodísticas, asegura que ni los ideólogos musicales ni los ministerios de Cultura y Comunicaciones han aclarado la ‘enredapita’ musical con la que se está conviviendo desde hace décadas en el folclor de la costa Caribe.
“Estamos frente a una torre de Babel de ritmos y géneros musicales, y lo que se pretende es que se diga la verdad, aclarar todo y hacer cultura”, sostiene el autor de El tropezón.
El tema tocó fondo con la propuesta que hizo el investigador Carlos Llanos de crear un cluster (conglomerado) vallenato, en el que se integrarían todos los ritmos del Caribe colombiano con el rótulo de ‘vallenato’, a fin de lograr una consolidación internacional. “Estamos de acuerdo en que se cree ese cluster vallenato, pero que cobije la música de la provincia de Padilla, no la del Bolívar grande”, responde Pacheco.
Haciendo pedagogía
El proyecto que lideran los cuatro juglares, todos mayores de 70 años, pretende involucrar a músicos de renombre como Eliseo Herrera, ‘Chico’ Cervantes, Calixto Ochoa, Rafael Campo Miranda, Rubén Darío Salcedo, Francisco Zumaqué, entre otros, al igual que a las nuevas generaciones, como Chelito de Castro, Checo Acosta, ‘Chane’ Meza y Juan Carlos Lora.
Según Gutiérrez, considerado el mejor intérprete del acordeón en Colombia, la filosofía de este movimiento es llegar hasta las raíces de los estamentos nacionales, para hacer que se cumplan leyes vigentes desde 1948, y, en ese sentido, el llamado es para los ministerios de Cultura y de Comunicaciones.
“En Colombia, según las leyes, es obligatorio difundir la música raizal en las emisoras comerciales, pero esto no se cumple. Aquí ponen la música del que pague a las emisoras, y usted escucha que en ciudades como Sincelejo, Montería o Cartagena hace tiempo no ponen una canción nueva de los músicos sabaneros”, señaló.
Para Aníbal Velásquez, la primera pedagogía que tiene que hacer el Gobierno es con los locutores y programadores de radio, pues ellos tampoco distinguen un ritmo de otro. “Aquí, con contadas excepciones, cualquiera que tenga una buena voz es locutor, pero no se les exige ningún estudio ni preparación”, advierte el intérprete de Cachita y Guaracha en España. “El día en que sancionen a una emisora por no cumplir la ley, van a empezar a respetarnos”, señala ‘Chane’ Meza.
La iniciativa también está dirigida a los niños y jóvenes de la región, y, para ello, los juglares están dispuestos a visitar pueblos y ciudades, dictando talleres musicales y enseñando a los alumnos de primaria y bachillerato las diferencias entre una cumbia y un chandé, por ejemplo.
“Me entusiasma la idea de ir de pueblo en pueblo mostrando nuestra música, así como hacíamos cuando estábamos empezando en esto”, relata el maestro Lisandro Meza.
De igual modo, están convocando a las universidades y centros superiores de la región para que se vinculen al proyecto. En relación con esto, la Universidad de Cartagena dio el primer paso e integró el proyecto que tienen los veteranos músicos con uno que nació en la universidad llamado ‘Juglares del Caribe’, con el que pretenden conseguir recursos para financiar el andamiaje que requiere el plan y, de paso, brindar el apoyo institucional.
“Estamos interesados en meterle el hombro para que estos músicos legendarios no se sientan solos. La idea es presentar a los diferentes departamento de la costa, en el marco de la integración Caribe, un proyecto para la recuperación del folclor sabanero, que incluye gaita, porro, danza, décima, cantos de vaquería, gastronomía y todo lo que se da en nuestra cultura”, dice Germán Sierra, rector de la universidad.
No hay que confundir
Como carta de presentación para exponer ante el país, los juglares sabaneros tienen para mostrar más de 30 ritmos que son ejecutados tanto con acordeón como con gaitas, guitarras, marímbulas, por bandas de viento y orquestas, entre otras agrupaciones, a diferencia de la música vallenata, limitada a los cuatro ritmos que la ‘Cacica’ Consuelo Araújo dictaminó en su libro Vallenatología: paseo, puya, merengue y son.
Adolfo Pacheco, al hacer un recorrido por los aires sabaneros, señaló que los más populares son indiscutiblemente el porro y la cumbia, pero que también tienen gran acogida el fandango, el chandé, el pajarito, el paseaíto, el pasebol, y la música de río, como la chalupa y la tambora, entre otras, que no tiene melodía de instrumentos pero se toca con palmas.
También se ejecutan en la sabana el paseo, el merengue, la puya y el son, pero de manera muy diferente a la vallenata.
“La música sabanera es mucho más acompasada, melodiosa y con mucha tendencia hacia los tonos menores, mientras que la vallenata es más picada y con prevalencia del tono mayor”, explica ‘Chane’ Meza.
En realidad, han sido muchos años de luchas infructuosas por parte de la región sabanera para que le reconozcan su valor; pero al parecer, por ahora, todo ha sido en vano.
Por eso, hoy, en lugar de irse a sus cuarteles de invierno, estos cuatro grandes ‘generales’ de la música de las sabanas, que han producido entre todos más de un centenar de éxitos internacionales, prefieren ir al campo de batalla folclórico, al estilo de los viejos juglares, que solo tenían su talento para convencer al resto de la humanidad de su valía.
En qué consisten las diferencias
Según ‘Chane’ Meza, músico de conservatorio, la diferencia entre los aires sabaneros y los vallenatos es que los músicos sabaneros respetan la cuadratura musical, en cambio la mayoría de los vallenatos hacen compases impares, de 5 y 7 y nones, algo que no encaja de manera perfecta en los cánones musicales.
Hasta en el canto se presentan diferencias, según lo advierte Adolfo Pacheco y revela una anécdota para explicarlo:
“Durante la grabación de la compilación que hizo Daniel Samper Cien años de vallenato, a Pedro García (quepd), uno de los mejores cantantes de esa región, le correspondía cantar dos canciones de Rafael Campo Miranda Bajo el ceibal y La diosa de piedra, pero no pudo entrar acompasado y se excusó diciendo que esos paseos no eran vallenatos. Tenía razón, eran sabaneros”.
Escrito por: Juan Carlos Díaz
Fuente: El Tiempo
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