Dolcey Gutierrez Icono de el carnaval De Barranquilla

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A los 70 años, el autor de 'Ron pa' todo el mundo' sigue poniendo a bailar a pueblos de la Costa.

Mantiene intacta su sonrisa y el torrente de gracia en su rostro oculta el trajín de 70 años que, como él dice, lleva entre pecho y espalda, 48 de los cuales ha puesto a bailar a la gente, con canciones perdurables que en esta temporada carnavalera cobran vida, brillo y sabor. Dolcey Gutiérrez, con el acordeón terciado al pecho, en la tarima sus movimientos son ágiles, sus dedos parecen tener vida propia y su voz recupera la limpidez y potencia.

"Ajá, mi gente", saluda con la alegría del artista que sentenció en una de sus canciones que todo el que nace en noviembre es hecho en los carnavales. Por eso de que en fin de año se dispara la tasa de natalidad en Barranquilla.

Dolcey encarna uno de los grandes ídolos del Carnaval de Barranquilla y del Caribe colombiano que se resisten a desaparecer o pasar de moda.

-Sigo dando palo -dice, al referirse a que para esta temporada vuelve a revivir su música alegre, picante y con letras de doble sentido que prenden las fiestas en cualquier lugar donde se respire ambiente carnavalero-. No me he montado a la tarima y la gente ya está bailando y el que está sentao se levanta pidiendo recocha -agrega, para hacer énfasis en que es uno de los pocos artistas que irradian alegría a donde quiera que llegan-. Mi música es levanta muertos.

De la estirpe de Aníbal

Nació en 1941, en Nervití, caserío del corregimiento de El Guamo (Bolívar). "Así como soy en la tarima, recochero a morir, era en clases, y eso molestaba a los profesores. Mi papá me tenía que mudar de colegios -recuerda-. Esta fue la causa que me llevó a recorrer muchas ciudades colombianas de colegio en colegio".

En el colegio Fernández Baena de Cartagena conoció al maestro Adolfo Pacheco, prolífero compositor de temas como La hamaca grande, natural de los Montes de María (Bolívar), quien lo fue encausando en la música.

Dolcey tenía buen oído. Pero el estilo se lo dio otro grande de la música del Caribe colombiano, Aníbal Velásquez, hoy 10 años mayor que él, quien también sigue en el ruedo. En esa época, el vallenato era música rural, de campesinos, que no sonaba en las ciudades y menos en los clubes.

Aníbal Velásquez era entonces el ídolo. Aprendió a tocar escuchando temas como Alicia la flaca, La brujita y Guaracha en España. "Tocaba primero con mi dulzaina la música de Aníbal.
Todo era de oído", dice. Luego agarró el acordeón y comenzó a formarse
el cantautor que es hoy.

Su primera composición data de 1963, cuando cursaba sexto de bachillerato en el Colegio Americano de Barranquilla. Se presentó a tocar como amateur a un baile que animaba la agrupación de Aníbal Velásquez. Allí, el gerente de Sonolux, una casa disquera con sede en la ciudad, lo escuchó y de una le grabó Cantinero, sirva el trago (Parranda en tecnicolor), que hoy cuenta con 30 versiones conocidas, grabadas por orquestas como La Billo's Caracas, Los Melódicos, Wilfrido Vargas y el fallecido Joe Arroyo.

En los 70 grabó canciones como La picada comelona, una mezcla de chistes de doble sentido. Los locutores comenzaron a calificarlo como el rey de la música picante y caliente, un estilo que acabó imponiendo.

-Picante por el sentido de las letras y caliente por lo guapachosa -explica-. Mis letras son extraídas de vivencias con la gente en la calle o de chistes. Yo tengo la chispa, nací con ella. Una vez estaba en una caseta en El Bagre (Antioquia) y cuando fueron a atender a los músicos, alguien dijo: 'los hombres se me harán del lado derecho y las mujeres se me harán del lado izquierdo', y Dolcey respondió: 'señorita, ¿y donde me haré yo?'.

Suficiente para armar una canción, que fue éxito en el carnaval y que aún suena y pone a bailar a los rumberos. En Venezuela fue a comprar unas gotas para los ojos y el farmaceuta le ofreció Quenal, y debajo del medicamento decía "gotas", y así surgió otra canción: Quenal gotas, otro gran éxito del carnaval.

El cantante vallenato Diomedes Díaz dijo una vez, en un baile en el que alternaban, que a la única persona que le lucía la 'plebedá' (vulgaridad) era a su compadre Dolcey. "Pero lo hace uno y le tiran tomates", manifestó.

Cuando subió a la tarima, a Dolcey lo primero que le gritaron fue que tocara música picante. En el 2008, en la segunda edición del Carnaval Internacional de las Artes, se le rindió un homenaje póstumo al maestro José María Peñaranda por todo lo que le aportó a la música picante de este país. El encargado de tributar a Peñaranda fue su heredero dilecto, Dolcey Gutiérrez, que desafió a los mojigatos al cantar, sin censura, La ópera del mondongo, obra cumbre del folclor caribeño colombiano.

Fue todo un suceso, pues, en vida, el maestro Peñaranda cantó siempre la versión suavizada de La ópera del mondongo, con su tibio "Ay, mija, esta es la verdad...", pero Dolcey la interpretó en los jardines del Teatro Amira de la Rosa tal como fue concebida y hacía retorcer de la risa a presentes.

Al cabo de 48 años de vida artística, a Dolcey Gutiérrez sus seguidores lo identifican por dos cosas, además de su música: su gran nariz y sus sombreros de ala ancha. Tenía más de 200, pero depuró su colección y dejó 85. Sin embargo, a los pocos meses aumentaron, pues a donde quiera que va o compra o le regalan. No olvida la vez que fue invitado a un magacín de Radio Caracas Televisión, en Venezuela, y llegó sin sombrero, convencido de que no era necesario. Cuando se alistaba a salir, el presentador lo detuvo: "No, señor Dulsay (así le llaman en Venezuela). Sin sombrero no es".

Y le consiguieron uno entre el público. "La gente no para de saludarme en la calle, entonces para pasar desapercibido salgo sin sombrero, pero no falta el que se me queda mirando y me detiene. Me sacan por la nariz".

Con sombrero o sin sombrero, en temporada carnavalera su nombre suena por todos lados. No hay emisora, fiesta de barrio, caseta o pueblo entero donde no se escuche y baile la música de este hijo del carnaval.

Este año, que la temporada carnavalera es corta, completará, hasta el fin de semana después de carnavales, 60 presentaciones.
Esta semana tocó en El Banco y Urquijo (Magdalena), Barranco de Loba (Bolívar), Uribia (Guajira) y Aguachica (Cesar), y cerró con dos bailes en una misma noche en Barranquilla.

Hay quienes le 'maman gallo' diciéndole 'Joselito', porque empieza el sábado de carnaval y termina el martes, con el entierro del personaje.

-Lo que la gente no sabe es que me llevan a Miami, Venezuela, Panamá, Aruba y los Santanderes -dice-. Aquí, a todas las fiestas de tenderos me llevan.

En sus 48 años de vida como artista ha grabado 101 trabajos, con un promedio de 10 canciones por disco, sea en acetato o CD, lo que equivaldría a unos 1.100 temas. Asegura que su repertorio es tan extenso que necesitaría tres días para tocarlo.

Entre su abundante obra, destaca tres que son para él su mejor aporte al folclor colombiano y siempre están en su repertorio: Cantinero, sirva el trago, Ron pa' todo el mundo y Curucuchando.

Es padre de 10 hijos de tres matrimonios; uno es acordeonero, Dolcey Júnior, quien lo secunda en sus presentaciones. También lo acompaña su esposa, Olga Pacheco, voz líder de la agrupación, que hace un show de vallenato con canciones de Rafael Orozco.

"Ella me ayuda a descansar la garganta -sostiene-. Ella canta vallenato, pero luego de un rato la gente me pide que regrese a tocar los temas calientes. Mi música es pegajosa por la recocha, porque yo soy un gran recochero".

Dice que en estos 48 años de trashumancia por pueblos escondidos y grandes ciudades, a donde quiera que va es querido.
"Y es lo que más me enorgullece. Lo que más disfruto es que si me meto en los clubes sociales, la gente de 'la alta' disfruta y felicita a Dolcey. Luego, me voy pa' los tugurios, puro pueblo, y gozan hasta los malandros, que no me hacen nada, me cuidan".

Sin lugar a dudas, porque es el hijo del carnaval, a quien todo el mundo quiere.
LEONARDO HERRERA DELGHAMS
CORRESPONSAL DE EL TIEMPO
BARARRANQUILLA

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